Una vez más, echábamos de menos la buena cocina que se ha impuesto en los grandes hoteles de la ciudad. Así que esta vez visitamos el restaurante La Terraza del Claris situado en el Claris Hotel & Spa 5*GL Monument y cuya cocina está a cargo del chef Aurelio Morales, que ostenta una Estrella Michelin y dos soles Repsol en el restaurante CEBO de Madrid.
Y es que es en los hoteles donde uno encuentra un equilibrio perfecto entre la tranquilidad propia de este tipo de establecimientos, el impecable servicio y la mimada cocina. Y en este caso, el Claris no falló. La atmósfera está impregnada del silencio y la elegancia que el lujo impone, pero su cocina es actual, dinámica y apasionada.
Subimos a la azotea del edificio y comprobamos que existe una terraza al aire libre con un bonito lounge, pero que el restaurante está cubierto y sus paredes son amplias cristaleras que ofrecen una buena vista de la mejor ciudad.
La decoración es agradable pero sutil, sin pasar por encima de lo confortable, pero nos llama mucho más la atención el servicio que nos acompaña esta noche. Nos reciben Michele, director de restauración del hotel, y Massimo, que esta noche se encargará de guiarnos a través de una vivencia culinaria que va mucho más allá de lo que podemos esperar al sentarnos. Insistimos en el papel crucial que el segundo hombre ha jugado en nuestra velada.
A escasos segundos de tomar posiciones en la mesa, llegan dos copas de Champagne Taittinger Rosé como maridaje de la charla inicial que mantenemos con Massimo sobre qué nos espera esta noche. Después de pillarnos el punto rápidamente y de saltar del español, al catalán y al poco italiano que mal hablamos por el puro placer de que un italiano de Milano nos cuente cosas de comida en su idioma natal, sabemos que vamos a degustar un menú en el que recorreremos España a través de productos e ingredientes. Y nos parece meraviglioso.
El primer bocado que hace contacto sobre la mesa es un aperitivo llamado Raíces que se puede encontrar tanto en la carta como en el menú ejecutivo, hecho a base de rábano, boniato y pistacho. El segundo se llama Calçots y para no crear confusión al comensal cumple con su nombre. Este buñuelo de calçots y pèsols nos lleva a Calella con sus ingredientes. Disponible en el menú degustación, os recomendamos no saltaros esta parada en Cataluña.
Seguimos avanzando hasta el norte dirección Asturias y lo hacemos ya con el primer entrante, un trío de croquetas. La de jamón, la de cecina e Idiazabal y la de compango con almejas. Cremosas y potentes, resultan la mejor forma de dar la bienvenida al siguiente plato.
Si bien el atún es ya uno de los peces más deseados del momento, no es común encontrar parpatana de atún en las cartas. Esta es de atún rojo, con calabaza, sus pipas y all cremat. Nos encanta este corte por su sabor intenso y su untuosidad, que en este caso contrasta con el dulzor de la calabaza.
De nuevo en casa, nos dirigimos hasta la preciosa Costa Brava para disfrutar de un suquet con pies de cerdo, pulpitos crujientes y tres tipos de alcachofa hechas a baja temperatura. ¿Qué podemos decir? Buenas vistas y mejor comida y esta vez ya no hablamos de las playas gironenses.
La cena ve sobre ruedas y nuestro socio nos chiva que lo que está por llegar es uno de sus favoritos, así que nos cortamos con el pan (una excelente focaccia) y nos preparamos.
No se equivoca, el arroz de ceps a la brasa con trufa blanca y carbonara vegetal nos recuerda a un risotto y es sin duda el vencedor de la noche. Meloso, más ligero de lo que aparenta y sin renunciar a ninguno de los sabores capitales que prometen su anunciado. Sencillamente exquisito.
Para ir acabando, ponemos rumbo a las Canarias para degustar un sancocho de mero, mojo verde y salmorejo canario que pone el listón muy alto antes de pasar a los postres.
Como uno es poco y dos solo el doble, acabamos con tres postres donde no faltan el chocolate, las texturas, la fruta y los contrastes entre dulces, ácidos y amargos. Todo parece estar calculado para llegar a los petit four a pleno rendimiento estomacal y poder hacer el café en la parte descubierta de la terraza agradeciendo el aire frío y los cómodos sofás.
La cena ha sobrepasado las expectativas por nivel y altura. Nos despedimos del equipo que nos ha hecho disfrutar tanto y bajamos de nuevo a la calle.
¡Hay que volver! Pero mientras tanto, aprovechamos la gastronomía que se esconde en otros hoteles de Barcelona.