Teatro Kitchen Bar recuerda al Tickets en el setting, pues el local no difiere mucho del que se labró la fama para el imperio de elBarri en Sant Antoni/Paral·lel y buena parte de la esencia de servicio y de cómo transcurre la experiencia, tiene visibles similitudes. Bajo el storytelling del teatro, la carta se estructura en formatos de este séptimo arte (compartido con el cine y la danza) pero bajo este vestido, late mucho más. Y late bonito, porque se muestra un corazón apacible, cómodo, contento.
Oliver Peña dirige al equipo de cocina que, desde sus tres estaciones abiertas, trabajan en los platos que conforman la carta. Hay una energía de ilusión pero también de tranquilidad: ves a Oliver disfrutar, contando cada plato a los comensales con una alegría en los ojos que toda representación teatral debe transmitir. Magia que no se crea, se tiene. Él mismo confiesa que tras una década que se asemeja a toda una vida, siendo una pieza importante del engranaje de Enigma (y antes del 41º), empieza una época tranquila. Un momento para parar, pensar y empezar a encontrar una voz propia, potente, depurada y que esta visión, se traslade a unos platos que hablen de creatividad pero también de cocina de base, de temporada. Ese punto medio que una fiera de la cocina como Peña acabará encontrando, sin duda.
Peña siente que regresa a ese 41º, a ese pequeño equipo que era una familia y se trataba como tal, donde el alma de cada cocinero encajaba en un puzzle y no era un tuerca modificada para formar parte de una maquinaria. Con ganas renovadas, cierra con tranquilidad una etapa y dedica el tiempo necesario para aterrizar, coger las riendas y evolucionar, contando con la confianza de los Iglesias.
Con rumba empezamos la experiencia, pensada para que las manos sean el vehículo de interacción con los platos, además de la vista y el olfato. Comer con las manos nos conecta a una informalidad y, en cierto modo, a una ancestralidad, a pesar de la elegancia y la relativa liturgia del escenario donde estamos. Llega el taco con merengue de hibiscus, crema ahumada y rábano picante, un bocado en el que el picante presenta matices amargos de los quelites, una hoja aromática que Peña descubrió en un reciente viaje a Mexico DF y Oaxaca. Sigue el blini con crema agria con grasa del jamón ibñerico, avellana, berenjena y caviar, así como la nube de macadamia, presentada con un envolvente de queso de oveja El Claustre y un toque de pimienta.
La pizzeta crujiente es una maravilla: base de parmesano sobre la que desfila la straciatella ahumada, las kalamata, el caviar y el aceite de guindilla. El bocado crujiente recuerda a una masa fina y crunchy, y el parmesano imprime potencia. El philomonio de boquerón y anchoa sobre una base de masa filo es de tan simple, un hallazgo. La tosta de calabaza se elabora con harina de yuca, de sabor neutro, pero para darle personalidad se acompaña de chile chipotle y pipas de calabaza.
Aplausos para la coca de invierno como si fueran un final de función: seta de estepa de Navarra escabechada, piñones, crujiente de piel de pollo, fécula de patata y champiñón. Poesía. El nigiri de anguila llega con este tesoro del Delta pintado con una salsa teriyaki muy suave y el flautín de ternera, en forma de pan suflado con finas lonjas de ternera curada envolviéndolo, algo de grasa de panceta y una ravigote de topping.
La alcachofa confitada con oliva gordal es delicadísima, un descanso para el paladar y prepararlo para dos grandes platos que ya son un hit de la casa: el aguachile de hamachi y chips de yuca y el buey de mar, al estilo thai, acompañado de buns de coco con base de pomelo chino, aunque la sorpresa está en los matices de cacahuete y el crujiente del conjunto.
El cigalita roll tiene algunos secretos intrínsecos: una cigalita de gran calidad que cuenta con la archifamosa salsa valentina mexicana y que se ha marcado en la robata que el hermano de Peña (que es herrero) ha construido. El llonguet trufado, por su parte, cuenta con un interior protagonizado por un queso de vaca de dos meses de curación y la ya mentada trufa. Nos llega un bonus track que celebramos como de lo mejorcito: codorniz sobre una masa crujiente y aireada y reducción de cocción.
Emotivo bis con el cheesecake, un homenaje de Peña y su equipo a Enric Monzonis, un compañero de viaje de la época del 41º y la apertura de Enigma donde el chocolate blanco con sésamo negro, la mermelada de higos y la galleta de sésamo negro construyen un cheesecake insuperable. Pero ojo al alfajor, cerrando la función: versión en helado con merengue seco, helado, toffee y cacahuete.
Con auténtica vocación de hacerte sentir especial, no encontrarás un menú degustación cerrado y generalizado para todos los comensales: pregunta por el menú Selección Sorpresa y en base a tus preferencias elaborarán un recorrido por los platillos de la carta de forma que sean lo que su nombre indica, una sorpresa. ¿Que te apetece un maridaje? Lo hacen personalizado, cómo no. Y si antes de decidirte por acudir a una sesión de deleite gastronómico quieres ir a disfrutar del ambiente y tomarte algo, te espera Backstage, ubicado en la parte trasera de la cocina. Allí podrás gozar de algún cóctel o dealgunas copas de vino con algún snack para picar.
Teatro es honesto y cumple las expectativas, siendo el inicio de (esperamos) un largo recorrido al cual pronto esperamos regresar. El ticket medio es de unos 100€ por persona así que si buscas un restaurante donde compartir una experiencia cualitativa a un precio competitivo, recuerda Teatro Kitchen Bar y sus horarios de función: de martes a sábado para el servicio de cena de 19:30 a 22h y para almorzar, una única oportunidad, el sábado de 13 a 15:30h.
