Muy cerca del Hospital Clínic se encuentra Soluna, el proyecto de un matrimonio que ha volcado en el establecimiento mucha ilusión. Con Tappei Nii y Xiao Yan Chen al frente, el primero desde cocina y la segunda desde sala, la propuesta va de encuentros, de ese fino punto medio en el que la unión de dos extremos llega a presentarse como algo único. En sus platos, la unión de Oriente y Occidente y ello se entiende si, además de probarlo, conoces algo de la historia de Tappei: de niño, mientras se encargaba de cocinar para la familia y veía Iron Chef en la tele, soñaba con ser chef. Tras sus estudios, soñó con ser chef de cocina internacional. Tras una primera toma de contacto con la cocina francesa, quiso conocer la española. Esta cadena de deseos no solo llevó a Tappei a Niza para trabajar en una estrella Michelin, también le ubicó en Barcelona en el preciso momento en el que Hideki Matsuhisa iba a abrir Koy Shunka.
Koy Shunka ha resultado, en la vida de Tappei, una brújula profesional. Tras 8 años allá, y estando en el equipo que se ganó la estrella Michelin en 2013, proyectó su siguiente sueño: abrir su propio restaurante. Y con toda la honestidad de un discípulo aventajado, abrió Soluna desplegando la época de Koy Shunka para llevarla a su terreno y hacerla suya. Matsuhisa es, a día de hoy, amigo personal de Tappei, e incluso en algún producto exclusivo, una mezcla de pigmalión y proveedor. De Matsuhisa aprendió a apreciar y valorar el producto local, y transformarlo bajo la precisa técnica milenaria que ha situado a la gastronomía japonesa en la cúspide del virtuosismo.
A escoger entre dos menús degustación, el Soluna y el Festival, optamos por el Soluna, que consiste en 7 pases y postre por 62€ (con un plus por el wagyu que deja la cuenta en 80€ por cabeza). El Festival incorpora dos platos más, así que dejamos ese festival para otra ocasión. Empezamos con el tataki de bonito con tomate rallado, tosazu (una vinagreta japonesa con bonito seco) y espuma de alga kombu. La sensación ante este primer plato, el de mucha elegancia en el trato de los sabores, se mantiene en las zamburiñas con cremoso de patatas y salsa ponzu. Algo más intenso es el salmonete soasado con crema de coliflor y salsa de yuzu.
Tras el calentamiento de paladar, llega un platazo que resume muy bien el manifiesto de Tappeio, el okonomiyaki con kokotxas al pil-pil y katsuobushi. Muy bien ensamblado, al fin y al cabo el okonomiyaki podría resultar un rebozado, aunque el pil-pil no se perciba con intensidad. Alegría para el paladar con el trio de sashimi de toro, de calamar y de salmón con gelatina de sésamo y salsa de soja con yema de huevo: producto al cubo. El chirashi sushi, una receta que tradicionalmente tiene como base el arroz, y encima se disponen diversos tipos de pescado o marisco, se presenta con anguila soasada y daikon: todo un descubrimiento con una anguila que, soasada, siempre es resultona.
El último plato salado es wagyu A5 de Miyazaki con guisantes del Maresme, salsa de miso y tallo de wasabi y no nos puede parecer mejor forma de resumir el viaje en el colofón final más virtuoso. El postre, delicadeza en clave cítrica y ácida: gelatina de fresas con umeshu (licor de albaricoque japonés), crema de menta y helado de yuzu.
Soluna tiene una excelentísima relación calidad-precio. El menú degustación Soluna, por 62€ por cabeza si no se opta por incorporar un plato de wagyu, es excelente. El Festival, con dos pases más, cuesta 98€ y nos sigue pareciendo más que asequible. Lo que no puede faltar es la interesante selección de vinos que propone Xiao Yan, que lleva a la sala el discurso de comunión cultural que la cocina preconiza: vinos y espumosos de aquí para convivir con armonía con los sakes de allá. Una oportunidad para descubrir esos puntos de unión no solo en la parte sólida sino también en la líquida.
