La Primera Guerra Mundial marcó el inicio del siglo XX pero una vez terminadas las contiendas bélicas, las sociedades no lograban encontrar su rumbo. En Estados Unidos, una ola de puritanismo llevó a prohibir el alcohol, dando origen a todo un movimiento de ilegalidad, contrabando y también de ingeniosas invenciones para saltarse la ley. Así nacieron los Speakeasy, los bares secretos de la ‘época seca’.
La templanza con un hacha
La ley seca se estableció sobre una atmósfera puritana, que nos remonta a finales del siglo XIX. Con más de un millón y medio de seguidores, en Estados Unidos, se había afianzado una agrupación llamada American Temperance Society (Movimiento por la Templanza). Sus proclamas se difundían en 18 publicaciones periódicas, y enaltecían desde la austeridad con la comida y la bebida, hasta la proscripción y condena a la venta del alcohol como responsable de todos los males sociales. A estos adalides de la frugalidad, se les sumaba la Unión Femenina de Abstinencia Cristiana (WUCTU) y la Liga Antitaberna.
Bajo un discurso moralista con muchos adeptos, también las iglesias protestantes presionaron a las autoridades para que limitaran el consumo de bebidas alcohólicas. Además, intelectuales y líderes sindicales, sostenían que el alcohol provocaba el deterioro y la inopia de las masas crecientes de obreros, que comenzaban a llenar las ciudades. El incremento de la inmigración fue cambiando la configuración de la población; irlandeses, alemanes, ingleses, llevaron consigo sus costumbres de consumo de alcohol, que los protestantes no veían con buenos ojos.
Hacha en mano,Carry Nation entraba a las tabernas y destrozaba botellas y el mobiliario que se pusiera al alcance de su arma
El aumento de las estadísticas de ebriedad y violencia se magnificó con un hecho que mezclaba realidad y leyenda urbana, en partes iguales. En 1913 en la ciudad de Chicago, un inmigrante ebrio golpeó a su esposa embarazada y, meses más tarde, el bebé nació con malformaciones. La leyenda urbana decía que el niño tenía forma de diablo y, a partir de ese momento, la opinión pública achacó al alcohol la delincuencia, las enfermedades, la demencia, la prostitución o cualquier dolencia terrenal. El Movimiento por la Templanza y otras asociaciones, hicieron buen eco de esta situación.
Una de las máximas exponentes de la lucha contra el consumo de alcohol fue Carry Nation; una corpulenta mujer de Kansas que emprendió una cruzada personal contra los bares. Hacha en mano, entraba a las tabernas y destrozaba botellas y el mobiliario que se pusiera al alcance de su arma. La señora Nation decía seguir órdenes divinas y, muchas veces, llevaba adelante su cometido celestial acompañada por un grupo de mujeres que cantaban himnos o rezaban, al son de los cristales de las botellas machacadas. En 10 años la arrestaron más de 30 veces, pero siempre se libraba de la cárcel pagando sus penas con dinero proveniente de las donaciones de sus seguidores o con el que obtenía con la venta de hachas, como la que ella empuñaba.
La Ley Seca y el surgimiento de los Speakeasy
Las primeras industrias cerveceras de Estados Unidos estaban en manos de inmigrantes alemanes e irlandeses y este hecho, sumado a la decadencia social generada por la Primera Guerra Mundial, fue aprovechado por las activistas de la templanza, para mostrar que el país necesitaba un “mejoramiento moral”. La propaganda anti-alcohol se intensificó abonando el terreno, primero, para la aprobación de una resolución que vedaba la venta, importación, exportación, fabricación y el transporte de bebidas alcohólicas en algunos Estados y luego, en 1920, la prohibición se extendió a todo el país.
Se comercializaba una especie de zumo de uva, en formato semisólido, como un ladrillo “bricks of wine”, para que cada uno lo fermentara en casa
La coacción de los anti-alcohol fue tan poderosa que la proscripción, promovida por el Diputado Volstead de Minnesota, tuvo más peso que el veto del presidente Woodrow Wilson. Con la aprobación de la ley seca, esperaban lograr una nueva Nación, y así fue, aunque no en el sentido que imaginaban. La prohibición no impedía explícitamente el consumo de alcohol, pero lo hacía muy difícil. Sin embargo, el ingenio humano siempre gana a la hora de saltarse las leyes. Por ejemplo, la producción de vino no estaba permitida, pero se comercializaba una especie de zumo de uva, en formato semisólido (como un ladrillo –bricks of wine-), para que cada uno lo fermentara en casa.
La nueva ley tenía excepciones. Los médicos podían recomendar el consumo de alcohol como tratamiento. De hecho un medicamento utilizado en la época (Jamaica Ginger), cuya base era el alcohol etílico, se modificó para que contuviera más alcohol y saciara las ansias de tomar un trago. Con todo, el truco no fue suficiente para calmar la demanda que producía la ‘sequía’. Tampoco lo fue la permisividad del uso de vino en los ritos cristianos o los vinos kosher de los judíos.
Asociada a la producción encubierta de alcohol, nacieron los Speakeasy, bares secretos que vendían licores al margen de la legislación y a puertas cerradas
La ley estaba allí y las ganas de beber licores, vinos y cervezas, no desaparecía. Se continuó produciendo e importando alcohol, generando una verdadera industria clandestina con precios elevados y un creciente mercado negro, que hasta adulteraba el alcohol destinado a usos industriales. Asociada a la producción encubierta de alcohol, nacieron los Speakeasy, bares secretos que vendían licores al margen de la legislación y a puertas cerradas, protegidos por sus mismos parroquianos y, muchas veces, por el crimen organizado. Su nombre tenía que ver con una de las consignas básicas: hablar en voz baja, para no despertar sospechas (“Please, speak easy!”).
No obstante, lo de bar ‘secreto’ era casi un eufemismo, porque 5 años después de la entrada en vigor de la ley seca, había más de 100.000 Speakeasy en las principales ciudades norteamericanas y 10.000 estaban en Nueva York. La localización de los Speakeasy corría de boca en boca, como una especie de enigma público. Para entrar era necesario cierto sigilo, conocer la palabra clave o contraseña que abría las puertas al reino de Baco. Los Speakeasy contaban tanto con asistencia masculina como femenina, y eran ellos mismos los que fidelizaban a la clientela, invitando directamente a sus amigos y amigas. Asimismo, la prohibición despertó el ingenio creativo para evitar que las argucias fueran descubiertas. Por ejemplo, se inventaron cocteleras especiales que disimulaban su función tras la forma de una campana, un pingüino, un extintor de fuego, etc., que ante los ojos de eventuales controles policiales, se camuflaban como elementos decorativos. (Por cierto, en el Dry Martini de Barcelona tienen algunos de estos objetos históricos).
Para entrar era necesario cierto sigilo, conocer la palabra clave o contraseña que abría las puertas al reino de Baco
Los licores se elaboraban encubiertamente y, muchos de los que antes se dedicaban a regentar locales de prostitución, se pasaron al contrabando, la destilación casera y la venta directa, pero secreta. La falta de control en la producción, causó problemas de salud y muertes por intoxicación etílica. Durante los 13 años que se aplicó la ley seca, murieron 30 mil personas envenenadas por la adulteración del alcohol; 100 mil quedaron ciegas o sufrieron parálisis. Más de 45 mil personas fueron detenidas por traficar o ser parte de organizaciones vinculadas con la actividad ilegal del alcohol.
Durante los 13 años que se aplicó la ley seca, murieron 30 mil personas envenenadas por la adulteración del alcohol; 100 mil quedaron ciegas o sufrieron parálisis
La ley seca y la mafia
La ley seca convirtió la ciudad de Nueva York en uno de los sitios más emblemáticos, llegó a tener más de 32.000 bares clandestinos (Speakeasy) para una población de 5 millones de habitantes. Otra de las ciudades que parecía estar dispuesta a convivir con el quebrantamiento de la ley a cambio de tomarse unas copas, era Chicago. Tanto punto de venta de alcohol ilegal hizo que se multiplicaran la mafias.
Muchos jefes de la mafia norteamericana ganaron millones con el alcohol, vinculando en la trama de amenazas y sobornos, a policías y funcionarios públicos. Chicago se dividía en dos bandos: el seco y el mojado. En la cima de los ‘mojados’ estaba el mítico Al Capone que se estrenó en el negocio con 24 años y, en poco tiempo, fue el principal distribuidor del alcohol ilegal de los bares de la ciudad y más allá de ella.
Para salir de las fronteras del régimen seco muchos se desplazaban a Cuba (recientemente independizada), ya que las dificultades que había que sortear para beber una copa, implicaban estar cerca de criminales o correr el riesgo de tomar bebidas adulteradas. Así Cuba comenzó a ganar prestigio por la calidad de sus bebidas y bares, haciendo que muchos destiladores ilegales se trasladaran a la isla.
El control del contrabando era claramente insostenible y la opinión pública estaba de acuerdo en que el remedio había sido peor que la enfermedad. Lejos de resolver los problemas sociales y morales que se habían planeado en un principio, el crimen se convirtió en un movimiento organizado en el que el gobierno gastaba una enorme cantidad de dinero. La ley de Volstead se tornó insostenible y en 1933 fue derogada, con la consecuente legalización de los bares y la producción del alcohol. El blanqueo de la producción de alcohol no sólo sirvió para acallar el descontento social, sino para volver a llenar las arcas del Estado con los impuestos, después del Crack bursátil del año 29.
Algunos años después del fin de la ley seca, surgieron los Paladares cubanos, los restaurantes secretos de Buenos Aires y la actual moda de los Speakeasy, pero esa es otra historia.
Para saber más:
Gately, I.; Drink: A Cultural History of Alcohol; NY: Gotham; 2008.
También es interesante la tesis de Claude David (un Dr. en Filosofía) “I’ll Drink to That: The Rise and Fall of Prohibition in the Maritime Provinces, 1900-1930”