El Hotel Torre del Marqués ofrece quietud, paz, descanso, relax pero también actividades enoturísticas y gastronómicas: su enclave en el Matarraña, la zona del Bajo Aragón limítrofe con Cataluña y la Comunidad Valenciana, conocido también como La Toscana española, es un territorio aún virgen al turismo masivo que en cuanto descubras, no podrás olvidar.
Por su gente, por sus paisajes que cortan la respiración (sobre todo cuando los colores de un atardecer o un amanecer tiñen las nubes), por sus pueblos encaramados a colinas y por la excelente gastronomía. Elaboradores artesanos de aceite, queso o vino, bajo el paraguas de la IGP Bajo Aragón, muestran el territorio junto a restauradores para que la esencia de esta tierra abrupta pero fértil llegue a la mesa. Como muchos lugares con personalidad, el Matarraña se disfruta comiendo.
Hotel Torre del Marqués
Uno de estos lugares con alma propia y que es de obligada visita es la Torre del Marqués, un hotel 5 estrellas perteneciente al sello Small Luxury Hotels que cuenta con 18 habitaciones exquisitamente decoradas y unas instalaciones totalmente sostenibles, entre ellas un spa. Casi tan interesante como su apunte de sostenibilidad es la reforma arquitectónica, que ha abierto esta casa centenaria al mayor atractivo de su enclave: las espectaculares vistas al Valle del Tastavins. Oteando en ellas uno se puede empapar del Matarraña: viñedos, olivos, un pueblo medieval en la distancia… ¡Esas vistas son inolvidables!
Es además, uno de los únicos 26 hoteles en todo el mundo en disponer de la certificación Considerate Collection, avalada por la ONU, que lo reconoce como un establecimiento con políticas activas en torno a la sostenibilidad medioambiental y un impacto positivo en su comunidad local. Más concretamente, el 60% de la energía consumida en verano proviene de placas solares, tienen huerto propio para el abastecimiento del restaurante, lo pellets obtenidos en la limpieza de los bosques de la finca son el combustible de biomasa que consume el hotel y en cuanto al agua, el estanque pluvial construido en la finca recoge la lluvia y la incorpora a un circuito de aguas que cumple diversas funciones, entre ellas la de atemperar el contraste térmico entre el día y la noche y climatizar las instalaciones. Cuenta también con dos pozos que abastecen de agua para el consumo humano.
Su restaurante, abierto al paisaje gracias a su acristalamiento total, ofrece una propuesta gastronómica muy conectada con el territorio. Empezando por su bodega, que recoge hasta 21 referencias de vinos IGP Bajo Aragón, recopilando así los vinos de todas las bodegas de la zona (Lagar d’Amprius, Venta d’Aubert, Crial, Ficaria Vins, Mas de Torubio y Tel·lúric). Los vinos de la D.O. Terra Alta completan la carta de vinos, buscando esa proximidad y ese territorio en común en la copa. Además, el servicio comprende una cata de aceites del proyecto oleicultor con más proyección internacional: Diezdedos. Probamos las variedades empeltre, corbella y arróniz, yendo de más suave a matices picantes. Diezdedos ha conseguido medallas en concursos internacionales, lo cual ha aportado visibilidad a la zona con aceites elaborados con aceitunas cultivadas en la vecina Cretas. Torre del Marqués pronto podrá sumar referencias propias, pues ha iniciado un proyecto vitivinícola en la finca que ya ha dado sus primeros frutos en añadas singulares.
Propuesta gastronómica
En cuanto a su propuesta gastronómica, entre un menú degustación y comer a la carta hemos optado por lo segundo: desfilan por nuestra mesa unos entrantes excepcionales, como la cebolla estofada rellena de brandada de bacalao y polvo de aceitunas. Un plato espléndido, con una cebolla de cocción perfecta que aporta cuerpo al bocado, manteniendo el crujiente. Toda una declaración de intenciones: producto humilde y muy de las zonas de secano (cebolla, bacalao, aceituna). Muy sabrosa la crema de boletus con huevo de codorniz y piñones tostados, así como los calamares a la brasa con salsifis, pak choi marinada y rabanitos.
Aunque el ternasco es uno de los platos estrella, nos decidimos para dejarlo para una futura ocasión: el arroz de setas, magret de pato y mayonesa trufada nos encantó, de sofrito ligero, muy al estilo valenciano. Para postres, soufflé de avellana con helado de frambuesa y una estupenda tabla de quesos de la Sierra de Albarracín.
Desconexión total
En Torre del Marqués todo está pensado para que la desconexión sea total, y la conexión con el entorno, absoluta: desde el diseño de las habitaciones, de colores terrosos que se funden con el paisaje exterior, camas mullidas y detalles elegantes al hecho que no hay televisión en ellas. Se ofrece a quien así lo desee la opción de préstamo de tablets pero para ser sinceros, ¿quién quiere televisión teniendo un fuego a gas (en las Junior Suite) o unas vistas que invitan al ensueño?
Todo en este hotel respira a antaño, a la fuerza que emana de las tierras antiguas, vividas. La masía sobre la cual se ha construído el hotel data de principios del XVIII. Perteneció al Marqués de Santa Coloma, título creado por Carlos II en 1684 y concedido a Sebastián de la Torre y Borrás. Sus descendientes solían utilizarla como residencia de verano por sus vistas y por la comodidad de estar parcialmente fortificada y contar con capilla. Perteneció a la familia hasta que en los años 80 necesitaron vender todas sus propiedades. Hasta llegar al propietario actual, un ingeniero madrileño de prestigio que se enamoró de esta tierra y vislumbró su potencial, pasaron propietarios que la destinaron a diversos usos, desde particular a turismo ecuestre (cuentan que Cayetano de Alba cabalgó por estas tierras).
Hablábamos antes de fuerza ancestral, de energía que se percibe y conmueve. ¿No será porque esta tierra fue el escenario épico de una batalla? Nos tenemos que remontar al 1090, a la Batalla de Tévar, protagonizada por El Cid y el conde de Barcelona Berenguer Ramón II. Un pasado histórico que aporta carácter a las tranquilas tierras de la Torre del Marqués, donde la naturaleza parece olvidarse del paso del tiempo… ¡Esperemos que por muchos años!
La finca cuenta con más de 150 hectáreas de terreno natural virgen y un espacio boscoso que rodea las instalaciones del hotel desde donde es posible ver a corzos, zorros o jabalíes, o disfrutar de jornadas de recogida de setas y trufa cuando es temporada. También se puede realizar una ruta cicloturista (con bicicletas que ofrece el mismo hotel), ecuestre o senderista, yendo por la antigua vía verde Val de Zafán. También muy recomendable es realizar una escapada hasta los Puertos de Beceite, un paisaje natural protegido gracias a sus abruptas montañas, numerosos ríos y barrancos, que esconden impactantes parajes como el Parrizal de Beceite.
Por último, si te animas a vivir nuestra experiencia, no abandones esta tierra tan conmovedora sin visitar Valderrobres, Beceite, Cretas, La Fresneda o Calaceite: son paradas indispensables en el itinerario para perderse por las callejuelas y rincones de estos lugares medievales en los que el tiempo parece haberse detenido por completo. Matarraña, hablando desde el corazón, se te mete muy adentro.