El primero de ellos, que el Casa Pince de entonces lo creó un francés, Jean Pince, y el de ahora, una brasileña, Silma Ayres. El segundo, que el Casa Pince de entonces fue en sus inicios un colmado con comida para llevar, en un formato popular, y el de ahora nace con esa misma vocación: ofrecer una refugio de buena comida tradicional bien ejecutada en el meollo de la Barcelona hiperturística. Y el tercero, más que una realidad, es un deseo: que el Casa Pince de ahora consiga encauzar su rumbo para que Barcelona vuelva a fardar de él. El Casa Pince de entonces fue un referente, con reconocimiento local e internacional por la calidad de su gastronomía, uno de los restaurantes donde la burguesía adinerada sentaba sus posaderas para gozar a cuatro carrillos. El place to be de un cocinero que pasó de las cocinas del prestigioso Hotel Ambos Mundos a su propio templo, donde ofrecía banquetes y celebraba bodas, poniendo su gastronomía afrancesada en el podium.
Pero Casa Pince gozó también de un talento femenino (y aquí tenemos un cuarto paralelismo), el de la mujer de Pince, Catarina Ros, inteligente y sagaz: todo empezó de despuntar cuando tuvo la genial ideal de ponerse a asar menudillos de pollo en domingo, coincidiendo con la salida de las familias adineradas de la misa, de manera que cuando indefectiblemente pasaban por delante del local, aspiraban su delicioso aroma, abriéndoles el apetito. De aquí pasó rápidamente a incorporar en su tienda la comida para llevar y de allí, a ennoblecer su oferta. Silma Ayres es una enamorada de la cocina tradicional catalana, con la cual encuentra muchos paralelismos a la cultura del guiso brasileña. En su primera aventura dirigiendo una cocina, esta joven chef que ya tiene en su haber haber participado en los fogones del Celler de Can Roca, Disfrutar, Direkte Boqueria y (más recientemente, Moments) busca indagar en la base, en la cocina de chup chup sabrosa que descansa en la calidad del guiso, para homenajear la plaza que defiende. Pero sobre todo, porque es un camino ascendente y de largo recorrido.
Como si de un refugio se tratara, Casa Pince abre desde la mañana hasta bien entrada la noche, ofreciendo diversos momentos de consumo. Lo que te interesa saber, sobre todo si estás en la zona entre lunes y viernes y te abrumas con evitar trampas para turistas, es que su menú mediodía es sen-sa-cio-nal. Por 18,50€ tienes un aperitivo, un entrante, un principal, postres y bebida, con platos suculentos y muy bien elaborados. Ese es el que probamos, sin podernos resistir a añadir algunos platos de carta que nos apetecían mucho probar.
Empezamos con unos mejillones en escabeche, totalmente caseros y sabrosos, un aperitivo que abre el apetito a las mil maravillas para dar paso a la ensaladilla rusa y a las croquetas de rabo de toro. La ensaladilla muestra un interesante giro: sustituye la ventresca de atún por la gamba e incorpora el jugo de sus corales en la mayonesa casera, encajando genial con el puntito de avinagrado.
Siguen las bravas, pero ay!, ese simple plato ya demuestra a qué nivel quiere dirigir Ayres su cocina: a pesar de ser una receta tan popular, Silma quiso profundizar para entender, probando hasta 7 tipos de patatas diferentes para encontrar la elegida. Y lo mismo con la mayonesa, que incorpora toques de ajo y de mostaza, y a la salsa brava, con ñora, cayena y chile, mostrando cuán amplio es el espectro entre especiado y picante. Nada mejor para darle un reposo al paladar que una excelente ensalada de tomate feo con straciatella.
Continuamos con un imprescindible en cualquier carta con vocación popular, el pulpo con crema de piquillos, tomate y cebolla asados. Un pulpo bien cocinado que reposa en una alternativa sabrosa a la parmentier, con sabores potentes pero para nada cansinos. El arroz meloso de carabinero puede que os sorprenda: estaba elaborado con la variedad carnaroli, más ampulosa, pero el sabor es impecable.
Redoble de tambores que llegan dos platazos: presentamos nuestros respetos a las alubias de Santa Pau con butifarra de pagès y al Solomillo con foie y demi glace. Las alubias no solo están bien cocinadas y condimentadas: se presentan en su caldoso perfecto, ni excesivo ni escaso, así como un racionado perfecto para disfrutar de cada cucharada. El solomillo es, como dice Ayres con una sonrisa socarrona, el solomillo Rossini más barato de Barcelona. Y lo es, sin ser la receta exacta, ¿pero qué más da si está de narices y cuesta 24€?
Finalizamos con los postres, todos elaborados en la cocina, buscando clásicos que el cliente local reconoce y disfruta y que el turista descubre y disfruta. Win win absoluto: crema catalana servida en copa de aluminio estilo Pompadour y una versión, también en copa, de un tiramisú affogato. La cucharita aquí se luce.
Casa Pince llega con ilusión y con ambición, como oferta gastronómica del Hotel Casa Pince, del cual ocupa los bajos. Un equipo joven y un proyecto renovado muy necesario en la zona. Cruzamos dedos para que este camino sea ascendente y de largo recorrido, no podemos esperar a recuperar el gastronómico que un día fue…