A tan solo 26 km de Barcelona, en Vallromanes, encontramos uno de sus restaurantes clásicos, Can Poal, y no por su cocina tradicional renovada sino porque es una de las primeras recomendaciones que te hacen cuando preguntas por la zona. Un todoterreno que lleva más de una década defendiendo una propuesta de proximidad y calidad que vale la pena conocer.
¿QUÉ DEFINE A CAN POAL?
La cocina de Ferran Balet, chef y propietario, nada entre la técnica y el sabor más de chup chup, del de la cocina lenta que aprendió a cocinar en sus inicios. Sus emplatados, generosos, son pulidos y estéticos y quizás el nexo en común que pueda haber en los platos que ofrece es que, como Ferran explica, son los platos que a mi me gustaría comer. Tiene sentido, pues tanto se puede encontrar un canelón de pollo rustido muy bien ejecutado como una ensalada que combina dulce, agrio, ácido y dos temperaturas diferentes. El caso es que encaja: es la modernidad de la tradición, y cuadra porque Balet venera el producto cuando éste es de temporada: cordero de Cal Tomás, chuletón de Pallars, pescado y marisco de lonja, presa ibérica Maldonado, verduras de payeses locales y fruta de proximidad. Sea en guisado o braseado con Josper, Ferran propone presentar el producto con la intervención más respetuosa.
Lleva 11 años regentando Can Poal, y aunque su carta muta constantemente, apoyándose en numerosos fuera de carta que de normal son protagonizados por pescado y marisco, hay platos que sus incondicionales le reclaman una y otra vez, como el arroz seco de gamba y calamarcitos, el cap-i-pota con tripa de ternero con ibéricos y garbanzos, el meloso de ternera o los ya mencionados canelones de pollo rustido. Comfort food a la enésima potencia porque juega con sabores potentes, fondos llenos de sabor y cocciones que extraen el jugo a una materia prima de excelentísima calidad. Y tiene una parroquia fiel.
Con una larga trayectoria a sus espaldas, Ferran Balet habla de su cocina, o de la comida con la misma (imaginamos) pasión que cuando acompañaba a su padre a comer a restaurantes de pequeño. De familia gourmand, su interés por la cocina se despertó cocinando también en casa, sintiéndose atraído por la vida del cocinero, su adrenalina, su dinamismo y otros mundos asociados como el vino o la coctelería. Y cuando te cuenta su trayectoria, te das cuenta que ha estado con los mejores, en su mejor momento: Casa Juliana, Reno, Ritz, Can Fabes (coincidiendo en cocina con Sergi Torres, Xavi Franco o Iván Solà), Roig Robí, Drolma… ¡incluso fue profesor en Hofmann durante 4 años!
La apertura de Can Poal, en la masía familiar, en 2009, era el paso natural de este chef que tenía muchas horas de vuelo en gastronomía de alto nivel y que quería seguir disfrutando de su oficio, a otro ritmo. Y en un momento en el que la cocina de mercado con base tradicional no tenía el mismo mercado que ahora: hacer cocina tradicional con producto fresco y de proximidad desde el inicio, buscar las raíces y orígenes de la cocina catalana, del Vallès, teniendo contacto directo con los proveedores, nos explica Ferran.
¿QUÉ COMER EN CAN POAL?
Acudir a Can Poal permite experiencias diferentes y flexibles: los mediodías se puede escoger entre un excelente menú del día o comer a carta o el menú degustación. Nosotros pusimos en un brete a Ferran, haciendo un poco de lo uno y otro poco de lo otro. Empezamos con un plato del menú del día, la ensalada fresca de patata con sardina marinada, pesto, tomates cherry secos, olivas negras y mezclum, una combinación donde el pesto, suave y fresco, enlaza todos los ingredientes de forma suave. Un buen comienzo. Seguimos con un canónigo canelón de pollo rustido, de generosa bechamel y relleno y el punto justo de reducción del pollo rustido para potenciar. A continuación, otro plato del menú del día, el ceviche de corvina salvaje con coriandro, aguacate, tomates cherry, canónigos, frutos rojos y helados cítricos: un divertido juego de temperaturas, con producto de temporada al cual Ferran es tan adepto, pasando del ácido, al amargo y al dulce según bocados. Llegan ahora dos clásicos: el cap-i-pota y la terrina de pollo de payés con ciruelas pasas, papada, nueces, mermelada de ciruelas pasas casera y pan carasau. Y la traca final, una meca para arroceros de sabor potente: el arroz seco de gamba y calamarcitos. No podíamos irnos sin una muestra dulce, el cheesecake con helado de frutos rojos.
Tiene una interesante carta de vinos democrática, con referencias de vinos naturales y biodinámicos con otras más clásicas, aunque él recomienda aquellos que son de bodegas pequeñas y proyectos nada convencionales, sin descuidar los vinos de la D.O.Alella, ampliamente representada.
Como apuntábamos, el menú del día es francamente interesante: por 24,90€ incluye un entrante, primero y segundo a escoger, postre y bebida, de generosas raciones. Por poco más, 39,50€, ofrece su menú degustación conformado por 4 platos con postre. Las bebidas van aparte en este caso y sólo trabaja mesas completas. Por la noche no dejéis de probar sus platillos, una carta especial en la que los hits de la carta se sirven en raciones más pequeñas, pensadas para probar más platos en un contexto y servicio más desenfadado. En cualquier caso, esta experiencia de ticket medio que oscila entre 35 y 40€ tiene un alta relación calidad-precio.
¿Sus horarios? De lunes a sábado para comer (de 13:30 a 16h) o cenar (de 20:30 a 23h), excepto los lunes, que cierra para descanso del personal. Vale la pena desplazarse para conocer esta perla que además está en la lista Bib Gourmand de la guía Michelin desde 2013.