Caminar por Barcelona es siempre una experiencia entretenida, sobre todo si, como dicen los anglosajones, practicas window shopping. Eso de pararte frente a los escaparates, admirar lo que hay dentro y apreciar la belleza del interior, sin necesidad de comprar ni entrar. Ahora bien, imagina que paseas por la Via Laietana, dejándote llevar por sus edificios históricos, mientras las callejuelas adyacentes susurran historias de otros tiempos. De repente, frente al número 30, el azul vibrante de una fachada y los grandes ventanales capturan tu atención. La decoración mediterránea que se asoma desde el interior parece invitarte a entrar. Descubres que es Can Bo, y como ya es la hora de comer, decides cruzar la puerta. Lo que ocurre después… ¡es historia!
El chef Oliver Peña, recientemente galardonado con una estrella Michelin, se reencuentra con Lorenzo Cavazzoni, un viejo amigo y compañero, en la cocina de Can Bo. Este acogedor restaurante se convierte en un punto de encuentro donde las recetas clásicas italianas y españolas se abrazan, celebrando con mimo y dedicación la rica tradición de ambas gastronomías. Para Oliver, este proyecto supone un regreso a la cocina tradicional tras su paso por la alta cocina. Como asesor, ha tomado las riendas con destreza, logrando un equilibrio único entre dos mundos: la técnica más vanguardista y la esencia más clásica.
A esta aventura culinaria se suma Amador Marín, head sommelier del grupo elBarri, quien aporta su experiencia y pasión al mundo del vino. El restaurante cuenta con más de 150 referencias de vinos biodinámicos cuidadosamente seleccionados, así como 23 opciones por copas que permiten al comensal explorar nuevas propuestas. Además, algunos de estos vinos son exclusivos del restaurante, piezas únicas que reflejan la personalidad y el carácter de Can Bo, armonizando a la perfección con su oferta gastronómica.
Entre las tapas frías destaca la gilda Can Bo XXL. Unos centímetros de máximo placer que combinan todo el umami de la oliva, la piparra, el boquerón y la anchoa. Aceitosas, jugosas, aptas para todos los paladares. Y hablando de el cuarto frío, no puede faltar la ensaladilla rusa, similar a la de Tapas 24. Servida con picos y alcaparras partidas a la mitad, si te descuidas, tu acompañante se la come toda de lo equilibrada y sabrosa que está. ¿Quieres saber un secreto? El pan crujiente es un fetiche culinario del chef Oliver Peña.
En cuanto a jugosidad, en el apartado de tapas calientes no pueden faltar las croquetas de pollo a la catalana. El rebozado es perfecto, la masa es suave y cremosa, el tamaño ideal… ¿te hacen falta más motivos para pedirlas?
Can Bo apuesta por los productores locales y los ingredientes de kilómetro cero. Y no es de extrañar, ya que Barcelona cuenta con mercados excepcionales como el Mercat del Ninot, la Boqueria o el de Santa Caterina.
Ahora es cuando nos ponemos serios de verdad, porque es posible que te quemes la lengua por querer probar los canelones con trufa justo cuando el plato humeante toca la mesa. El relleno los hace realmente especiales: pollo, ternera, magret de pato, cerdo, sesos de cordero, tuétano y panceta. Y la guinda del pastel: la trufa. ¡Se me ha hecho la boca agua y casi no soy capaz de seguir escribiendo al recordar su sabor!
Otro de los platos que son casi una obligación pedir son las albóndigas de vaca vieja madurada y patatas paja. Estas albóndigas, elaboradas con carne de vaca vieja de primera calidad, son jugosas por dentro y tienen una textura perfecta por fuera. La intensidad del fondo de la salsa corona esta velada como una experiencia que hay que repetir, sobretodo en los días de mucho frío.
Después de este banquete, llega el turno de disfrutar de los tan esperados postres. En Can Bo, el producto de proximidad es la estrella, y tanto es su empeño en demostrarlo que las fresas son recogidas con tijera por el señor Lluís y servidas con un suave yogurt. Y, ya que el chef es italiano y estamos en Navidad, no podemos dejar de hacer una mención especial a la torrija de panettone de chocolate de l’Atelier, acompañada de un delicioso helado de Sandro Desii. Y, por supuesto, el Flan de Can Bo habla por sí solo.