No hay mejor noticia que, en una ciudad donde la globalización le resta personalidad, regresen a escena establecimientos icónicos como el Casa de Comidas Buenavista, al cual se suma un hotel, el Antiga Casa Buenavista.
La historia de Casa de comidas Buenavista
Hagamos un pequeño ejercicio de memoria histórica: trasládate a finales del s.XIX, cuando el Mercado de Sant Antoni abrió sus puertas en un barrio nuevo, con población obrera, que había conquistado ese espacio allende los murallas de la ciudad medieval tras el inicio del Plan Cerdà a mediados de ese siglo. Una Barcelona en plena revolución Industrial que también comportó un aumento en su población por la migración de familias hacia la urbe, atraídos por la aparente riqueza y fuente inagotable de trabajo, dejando atrás el campo. Una de esas familias eran los Molleví, Conchita y Mateu, oriundos de Argentona. En 1918 abrieron Casa de Comidas Buenavista, una restaurante de comida popular y tradicional que contrastaba junto a los emblemáticos 7 Portes, 4 Gats o La Fonda Europa con la cocina francesa refinada que poblaba el centro burgués barcelonés. Lo hacía en la floreciente Ronda Sant Antoni, número 84: en esa calle tenía la entrada principal, presidida por una elegante barra de mármol. Por la calle de Poniente (actual Joaquim Costa), la de productos y servicios.
Abastecida ya por ese Mercat de Sant Antoni, el Buenavista pronto se labró una clientela fiel gracias a que abría las 24h del día y a una cocina sabrosa que ejecutaba Conchita con cariño. Mateu, además, adquirió una parada en el mercado y al poco, una vaquería cercana. Las carnes y algunas verduras llegaban de su Argentona natal y con todas esas viandas, el ruido de cubiertos afanando platos era un hilo musical que ponía en contexto recetas como los arroces, el lomo con tomate en conserva o los platillos de casquería.
El salto cualitativo llegó en los años 50, cuando esa cocina tradicional sumó toques afrancesados, tan en boga en los barceloneses y visitantes que tenían el bolsillo lleno. Esa mirada a la cocina francesa era, en definitiva, estatus: en una ciudad arrasada por la Guerra Civil, la abundancia en la mesa no era frecuente. Acudir a restaurantes era un auténtico lujo. En Buenavista, pero, la esencia popular se mantuvo, teniendo gran éxito sus domingos, donde se servían vermuts con olivas, berberechos, anchoas y croquetas y, para los más pudientes, un menú para llevar que llamaron “comida de ricos”, con canelones y un pollo a la brasa. La popularidad es tal que se amplía el negocio con salas para banquetes de boda, comuniones y otras celebraciones.
Con la década de los 70, los Molleví no encontraron relevo generacional para continuar y el cierre llega, pero la familia no se despide definitivamente del proyecto de Conchita y Mateu: en 2015, la cuarta generación empieza a trabajar en el proyecto de reabrir el restaurante en los bajos de un hotel, en la misma ubicación. Tras cinco años de obras, una pandemia de por medioa y el descubrimiento de los cimientos de una iglesia en su subsuelo, el Hotel Antiga Casa Buenavista acaba de abrir, recuperando así el restaurante para los barceloneses. Lídia, al cargo de la sala, nos cuenta que muchos clientes del barrio han venido emocionados, contándonos que su convite había sido aquí. ¡Incluso una pareja de abuelos nos trajo una copia del menú que comieron! Su alegría es la nuestra.
La cocina se ha cedido a la gestión e ingenio del chef Marc Roca. Su enfoque ha sido el de sumar en la recuperación de este emblema de la restauración de Barcelona con una carta repleta de platos tradicionales de cuchara y tenedor, buen producto a la brasa y postres caseros: una cocina de mercado llena de sabor y olor. Empezamos el recorrido con croquetas de jamón ibérico acompañadas de un buen pan cristal tostado y aderezado con tomate y aceite. Un buen inicio que acoge la tortilla de bacalao al pil pil que llega a la mesa con ganas. Cómo no: jugosa, con los trozos de bacalao presentes (también en boca) y una ligera pil pil clareada.
Teníamos muchas ganas de guiso, de hundir la cuchara en un buen fondo y un plato con salseado elaborado a fuego lento. Los garbanzos con sepia son, quizás, el plato que más nos reconfortó, apurando cada gota de ese guiso con fruición. Muy bueno también el canelón, con relleno de rustidos de cerdo y ternera y foie. Unos canelones Rossini que, probablemente, formaron parte de esa cocina de Conchita para agasajar a sus clientes más ilustres y pudientes.
Como homenaje a ese Mercado de Sant Antoni tan cercano no podían faltar dos principales de productazo: el pescado de lonja (lubina a la brasa con escalibada) y un buen solomillo de ternera con foie gras poêlé. El postre nos ha conquistado especialmente, un flan de huevo y vainilla de Madagascar suntuoso y sabroso, con su buena chantilly coronando la cima pero ojeando la carta de nuevo, la boca se hace agua con la promesa de catar un suizo con nata fresca, la tableta de chocolate Buenavista rellena de trufa y mermelada de albaricoque o el pastel Alaska, con crumble de limón y merengue flambeado. Para otra ocasión.
Nos vamos de Casa de Comidas Buenavista con una potente sensación de calidez y confort. Por un lado, el calor de su equipo humano, con una sala atenta y muy profesional. Por otro, el de la calidad de la propuesta gastronómica, con platillos que calientan el estómago y el espíritu. Pero sobre todo por el cariño inherente que se respira hacia el recetario y la figura de los bisabuelos Molleví por parte de la cuarta generación al mando de este hotel boutique. Larga vida al Casa de Comidas Buenavista y a su correcta relación calidad-precio: entre 40 y 45€/pax.