Ubicado en el emblemático Club Marítimo de Barcelona, e inspirado en los puertos urbanos de Estocolmo, Copenhague y Barcelona, el Fiskebar toma el timón de este icónico edificio para convertirlo en el nuevo must de los restaurantes con vistas: producto de calidad, interiorismo cuidado y elaboraciones, aunque osadas, perfectamente equilibradas para conquistar cada mesa.
¿QUÉ DEFINE A FISKEBAR?
Si sois fans del Grupo Tragaluz, ya os advertimos que entrar en Fiskebar es estar como en casa, pues aunque su propuesta gastronómica sea bien distinta a lo que el grupo nos tiene acostumbrados, aquí se reproducen icónicos elementos de la familia como la barra central del salón que a su vez también es el punto de partida del nombre que recibe el restaurante, Fiskebar (traducción escandinava de barra de pescado), que además actúa como eje principal y dinamizador del restaurante. Una estructura que, para los usuarios de este grupo, no pasa desapercibida, pues no nos fue difícil reconocer que la barra es precisamente la misma que encontramos en el Rojo Negro de La Diagonal. El mismo restaurante del que sale Carlos Vila y que, tras muchos años como director del lugar de reunión de los sibaritas de la zona alta, Vila pone rumbo hacia al mar para convertirse en el actual patrón del Fiskebar.
En sintonía con sus bases culinarias, salta a la vista que el interiorismo de este restaurante es un verdadero homenaje al slow life nórdico; su minimalismo moderno, la música amenizando el ambiente o la terraza donde disfrutar de los últimos destellos de luz son los responsables de la ideal atmósfera que impregna todo el sitio. Sin embargo, estos elementos son tan solo la guinda del pastel a unas imponentes vistas al puerto de Barcelona. Un espectáculo visual que se cuela a través de un enorme ventanal y que catapulta la experiencia al siguiente nivel.
Todos estos elementos, y sin adentrarnos en su éxito gastronómico, han hecho que los objetivos detrás del proyecto se cumplan antes de tiempo: “Nos interesa que os quedéis aquí, que disfrutéis del sitio, que alarguéis vuestra comida pasando a la zona de la terraza. No queremos caer en la fábrica de dar de comer.” Nos explica Carlos. Algo que ya empieza a saberse por toda la ciudad, pues desde su apertura, la aceptación de la carta está siendo espectacular, tanto es así, y en palabras de Vila, que Fiskebar se está convirtiendo en un sitio de destino, no de paso.
Y es que no negaremos que en medio de un panorama gastronómico reinado por el tapeo de siempre, un lugar como Fiskebar es un verdadero soplo de aire fresco (literalmente). Si hablamos de su carta, esta pone el foco en el mar y sus productos: pescados, mariscos y algas tratados con la honestidad, el sabor, la calidad y la técnica que caracteriza al grupo Tragaluz. Una carta ecléctica pero equilibrada que mezcla lo mejor del buen comer: tapeo para compartir, selección de producto frío elaborado en la barra, pastas y arroces y, por último, carnes y pescados.
¿QUÉ COMER EN FISKEBAR?
Nosotros no lo pensamos dos veces y fuimos directamente a los platos con carácter norteño. Empezamos con un ligero, pero muy sabroso, tartar de vieira ahumado con capuchina al que lo acompañamos con el Smørrebrød de salmón, aguacate con verdes y rábano picante, uno de esos platos que bien te los puedes encontrar tanto en una carta de brunch como de cenas y que nos transporta directamente a Copenhague fruto de su elaboración así como de la elección del pan de centeno, uno de los panes predilectos en la Europa del frío.
Siguiendo con los platos fríos también probamos el sabrosísimo Dukker de berenjena con nueces, ralladura de aceituna negra y flatbread, en pocas palabras: un must en toda regla. Equilibrado de sabor, con una textura difícil de igualar y perfecto en cantidades. Tampoco podíamos irnos de Fiskebar sin probar un emblema de la gastronomía del norte: La Rejesalat, entre nosotros, su ensaladilla rusa particular con patatas, langostinos y aliñada en una salsa encargada de unificar todos los ingredientes y coronada por hojas de eneldo, un indispensable en la cocina del Fiskebar además de ser un fuerte hilo conductor en las recetas escandinavas.
Y ya que hablamos de indispensables, pasamos con los calientes y lo hacemos con un plato que rinde culto a la identidad del Tragaluz, así como a uno de los quesos noruegos por excelencia: croquetas de queso Kaftkar. Una excelente forma de unir uno de los iconos del grupo, así como de acercarnos un poco más a la oferta quesera de los países boreales. Antes de hincarle el diente a los postres, decidimos pasarnos por Bélgica para probar su plato más típico: mejillones con beurre blanc y patatas fritas. Uno de aquellos platos que nos recuerdan que las cosas que funcionan no hay que cambiarlas.
Sus postres tampoco decepcionaron: Custard tart de limón y Coulant de avellana con helado de haba tonka. Para este último ya os avisamos que requiere 10 minutos más de espera, y también os decimos que es imprescindible catarlo. Así que calculad bien el tiempo porque cada cucharada merece la espera.
Su ticket medio es de 40 € y su horario es todos los días de 13:00 a 2 de la madrugada Y es que ahora para viajar al norte de Europa no necesitas más que un billete de metro. ¡De nada!