Lo mejor del mar se encuentra en tierra. Hace casi 25 años, en el Moll dels Pescadors de Barcelona abrió sus puertas un clásico de la cocina marinera que destaca por su estilo y marcado carácter. El Restaurante Barceloneta ha hecho mucho más que conquistar los estómagos de los barceloneses: se ha ganado un lugar en la cultura gastronómica de la ciudad.
La ubicación da contexto a su oferta gastronómica, pero es al cruzar la puerta cuando uno se da cuenta de que embarca en un viaje mar adentro. La recepción, situada en la planta baja, recibe y acomoda a los comensales antes de hacerles subir a bordo. En el piso superior, cocina a la vista y sala convencen al visitante de estar en un gran y lujoso buque.
Una atmósfera atemporal permite imaginar grandes y excesivos festines de impecable servicio, propios de una época ya pasada.
Nos conducen hasta nuestra mesa y nos dan la bienvenida. Minutos después de hablar con Raúl, el Director, nos preparamos para una comida que seguro que no vamos a olvidar fácilmente.
¿QUÉ COMER EN EL BARCELONETA?
Mientras tomamos fotos y apuntes para el lector, aparece un camarero con dos copas de vino blanco Vol d’Ànima de Raimat 2018, Costers del Segre. Nos chiva que en cuestión de segundos llega el pan con tomate y un excelente Jamón Ibérico Carrasco, uno de los nombres propios de Guijuelo (Salamanca), la primera o segunda denominación de origen del jamón junto a Jabugo (Huelva).
Seguidamente, llegan las famosas croquetas de pescado y marisco a petición mía, pues he oído hablar muy bien de ellas y no puedo resistirme a pedirlas. Como saben bien lo que aquí nos espera, prefieren traer solo media ración y no colapsar nuestros estómagos.
La croqueta nos marca la cocina de un restaurante y en este caso, exquisitas se queda corto.
Otro entrante aparece en escena. Se trata de uno de los reyes de todo mar: el marisco de concha. En esta ocasión hablamos de unos berberechos al vapor ejecutados con destreza para sacarles el máximo partido con la mínima intervención. Poco hechos, carnosos y potentes de aroma y sabor.
La cosa se va poniendo interesante y llegamos a uno de los platos de la lista de sugerencias: el tartar de gamba fresca con fondo de patata. Textura, textura y más textura en una buena y melosa combinación de ambos ingredientes.
El mar da sed y sabiéndolo hacen bien en traernos dos copas más del mismo vino justo antes de presentarnos al siguiente y digno oponente con el que vamos a compartir mesa durante unos minutos. Llega dentro de una olla donde se ha asado al horno con patata y tomate. Debo destacar que la lubina es quizá mi pescado favorito pero no por ello debéis confiar menos en mi criterio a la hora de juzgarla.
Aunque la foto habla por sí sola, añado que estaba cocinada con exactitud y se trataba de una pieza magnífica. Delicada y sabrosa, contrastaba con la textura casi crujiente de las patatas y la dulce acidez del tomate asado.
En ese punto, podríamos haber dejado de comer y todo hubiera sido fantástico, pero aún se guardaban un as en la manga. Un arroz. O más bien dicho, una paella de marisco. Aún estar por encima de nuestras capacidades, supimos apreciar la experiencia del restaurante y su largo recorrido en el mundo de los arroces marineros.
Ahora sí, nos despedimos de los salados con un único y delicioso postre. Uno de esos que sabes que vas a pedir cuando al entrar lo ves en alguna de las mesas que hay en el trayecto hasta la tuya. El milhojas con fresitas es sin duda la mejor forma de cerrar este capítulo. Dulce, ácido y cremoso.
Nunca nos hemos movido del muelle, pero para nosotros es como si al salir a la calle volviéramos a puerto después de surcar las aguas de distintos mares y con grandes historias que contaros.
Y de este templo del mar, pasamos a otro templo que abandera la cocina y la tradición catalana: el Windsor.