Culkin es el nuevo cocktail bar que Barcelona esperaba. Más allá de la elección del nombre del famoso niño-actor de los 80, Macaulay Culkin (que, por cierto, es un enamorado de Barcelona y ha vivido en la ciudad largas temporadas), este nuevo proyecto recién aterrizado en Sant Antoni ofrece mucho más que sentido del humor. A ver, irreverencia, la hay a raudales, pues detrás del proyecto están Martín Pimentel, Ritxi Naval y Javier Cadahía, responsables del único e inigualable V de Vermut.
Sí, hay algo de V de Vermut en esta nueva andadura, y es la buena coctelería como hilo conductor. Más concretamente, la de base vínica y, como complemento, el anclaje líquido está en una carta de vinos, en co-responsabilidad entre Amador Marín (ex sommelier Tickets y Head Sommelier del grupo Iglesias) y el equipo de Garage, en la que prima el producto de pequeños productores, proyectos singulares y el enfoque en los vinos naturales. Con una propuesta de gastronomía líquida de este calibre, la sólida no podía fallar: encontrarás comida comfort food, aquella que es sabrosa, apetece a todas horas y se puede compartir. El producto de altísima calidad es protagonista de esta corta carta que se divide entre entrantes para compartir y platillos más contundentes y eclécticos.
Los entrantes, así como casi todo lo que sale de la cocina del Culkin, está pensado para compartir y para picar. Sensacional el tzatziki green: cuán suculenta puede ser una sencilla lechuga candanchú a la brasa con verduras encurtidas. Más ampulosa es la burrata, acompañada de un mole casero que es el contrapunto perfecto a la grasa de este queso fresco, con tomates al horno y frutos secos. Recuerda al paladar el ahumado y el tostado de algunos platillos mexicanos pero con la burrata, la sensación es de haber encontrado una joya. Si alternas un bocado de esta maravilla con un poco de pan de masa madre de La Fabrique, untado con su mantequilla casera de eneldo, otro gallo cantará.
Alerta spoiler, que ahora viene un tsunami umami y es la antesala a la gloria: un huevo poché con su buena parmentier y crujientes setas. Se acompaña de pan carasau para que el crujiente no decaiga. El siguiente plato, el MC & Ribs, mantiene el pabellón en alto con esta versión del célebre mac & cheese pero con galets, con el añadido de la tierna costilla al estilo Texas, cocinada a baja temperatura.
Atacamos el tramo final con el sandwich pastrami con una conseguida salsa de vitello tonnato y un postre, el sweet farm, con calabaza, boniato y piña a baja temperatura con crema de albahaca y crujiente de maíz. Lo acompañamos con un cóctel, resultando un combo sorprendentemente bien avenido: Pink Fluyd lleva ron, lima, azúcar y sorbete de frambuesa.
En cuanto has comido y pasado un rato en Culkin, lo entiendes: es como la habitación de un adolescente en la que hay hogar y refugio, pero también alegría, movimiento y algo de revolución. Con un ticket medio de 25€ por cabeza, sin duda Culkin pronto será ese meeting point imprescindible donde venir a socializar, relajarse, sentirse como en casa y desconectar. Buenos tragos y cocina ininterrumpida desde las 18h hasta la 1 de la madrugada entre semana, y desde las 13h hasta las 2 de la mañana de viernes a domingo. Resonando el hit de Ladilla Rusa en nuestros oídos, nos vamos silbando algo entonados y más felices que unas perdices.
