Sí, saben a nuevos porque los platos que incluye el Menú Barcelona son tradicionales pero son interpretados por el chef David Rodríguez. Este Menú es su ojito derecho, y la ilusión brilla en sus ojos cuando se le pregunta por la genial idea que ha ejecutado: mi mujer encontró el libro “Vint segles de Cuina Catalana” de Néstor Luján en Wallapop y me lo regaló, sabía que llevaba tiempo buscándolo sin éxito. Prosigue Rodríguez que, leyendo esta obra tardía del gastrónomo y divulgador Néstor Luján, pensó en crear un menú que recogiera tanto los platos preferidos de Luján que en el libro se referencian como otros, que menciona como corpus tradicional de la cocina catalana pero no los asocia a ningún restaurantes en concreto.
Así, el Menú Barcelona empezó a tomar forma, convirtiéndose en la excusa perfecta para rendir homenaje anual a Luján, una figura imprescindible para entender la gastronomía de mediados a finales del s.XX en Barcelona. Y si el menú toma el nombre de la ciudad es porque, precisamente, reivindica que al recuperar platos que fueron estrella de restaurantes barceloneses, se constituye una cocina barcelonesa. Claro está, la restauración en Barcelona de hace más de cincuenta años tenía como única influencia la cocina francesa, estatus común en otros países europeos. La Barcelona de ahora es un crisol de culturas y restaurantes monográficos de otras cocinas que poco podrían encajar en el planteamiento de búsqueda de Luján. Precisamente por esta razón, el esfuerzo del Windsor de enarbolar una bandera de territorio y bagaje gastronómico es tan necesario: con este menú, escriben historia, y proporcionan al paladar un nuevo descubrimiento a través de los sabores que nuestros abuelos disfrutaron.
El Menú Barcelona se estructura en una clásica clasificación en la que se ofertan tres aperitivos, tres principales y un postre con petit fours. La langosta con salsa tártara que tan célebre hizo al Ritz llega a la mesa con el Pato a la naranja del Cau Ferrat (de breve paso, sito en la calle París, pero que dejó huella con este plato) y una tradicional sopa de tomillo. Tres platillos en racionado de degustación que tiene como hilo común la elegancia y finura en contraste de sabores que tan bien caracteriza al Windsor.
Sigue un excepcional bacalao con patatas y alioli, emblema de la cocina tradicional que aún se puede disfrutar en algún restaurante y que Rodríguez ha bordado en cocción; unos canelones Rossini que la Maison Doree popularizó desde Plaça Catalunya y, para finalizar los platos salados, un cordero con sanfaina dulce, otra maravilla del recetario popular que en contra de lo que pueda parecer, el dulce no lo aporta el azúcar sino el confitado de la cebolla por su larga cocción. En cuanto a los canelones, se ha dejado constancia histórica que llegaron al Maison Doree de Barcelona porque este establecimiento era la sucursal del restaurante del mismo nombre en París y fue allí, en la capital gala, que el músico y gastrónomo Giacomo Rossini dejó la receta. En Barcelona se convirtió en pocos decenios en plato estrella de las amas de casa para las fiestas de celebración (incluyo en esta categoría a mi abuela, que no escatimaba en foie).
El postre lo aporta el Glacier, finalizando el menú con su hit indiscutible, del cual se ha escrito mucho: la Crêpe Suzette. Este postre era la excusa para que los barceloneses peregrinaran hasta el restaurante Glacier, bajo las arcadas de la Plaça Reial. Si bien Escoffier es el primero en recoger la receta, no indica autoría, así que se ha extendido que este postre de origen francés fue bautizado así en honor a una visita del Príncipe de Gales a la Costa Azul. Para nuestra generación, el origen del todo siempre estará en la excepcional crêpe Suzette del Via Veneto.
Nos cuenta Joan Junyent, propietario del Windsor y jefe de sala que es un Menú que llegó el año pasado y tiene vocación de continuar: los tiempos pasan y nuestro tiempo, también pasará. Y prosigue con gran acierto que nadie se acuerda de esos restaurantes punteros, por eso creemos que este ejercicio de compendio y reflexión que hacemos con el Menú Barcelona es necesario. Y apostilla que el comensal, lo acoge de maravilla. Tras probarlo, entendemos perfectamente porqué, y suma a esta perfección un precio ajustado muy atractivo: 55€ por cabeza, con bebidas aparte. Ahora bien, ya que estás en el Windsor, no puedes dejar pasar la oportunidad de dejarte aconsejar por Christian Aragone, su sommelier. En nuestro caso, acertó de pleno (tal y como nos tiene acostumbrados) con un Malvasi de Sitges de Jané Ventura, una Jean Leon Le Havre de 2013 (que celebra con este vino de guarda los 60 años de la bodega) y un Moscatel Ochoa 202, de uva cálida por su vendimia tardía, poniendo el broche final a una experiencia memorable.
Si nos preguntan por restaurantes que nos proporciona felicidad palpable visitar, uno de estos es siempre el Windsor. Cuesta encontrar palabras para definir este sentimiento tan hondo: te emplazamos a que vengas a descubrir este templo de la cocina catalana, sea con la excusa del excepcional Menú Barcelona, sea porque ha llegado el momento de emplazar allí esta primera visita para celebrar. Nunca defrauda.